El Museo Barda del Desierto, que hemos tenido el honor de presentar en Fundación La Posta, a cargo de Andrea Beltramo, es un museo al aire libre, en el que se realizan obras especialmente pensadas para ese lugar y dejándose influir por sus características, además de residencias artísticas y actividades educativas, está ubicado en la región del Alto Valle del Río Negro, norpatagonia, Argentina. Se encuentra cerca del lugar en el que confluyen los ríos Neuquén y Limay para dar lugar al río Negro. Un río que, junto con el Colorado, un poco más al norte, constituyeron durante siglos una frontera interior en la emergente nación argentina. Estamos, entonces, en un territorio de frontera, en muchos sentidos, y un paisaje que nos muestra, como un libro abierto, el pasado de Argentina.
Decía Paul Claval, uno de los geógrafos culturales de referencia, que: “La observación de los paisajes resulta suficiente para evidenciar los métodos imaginados por los diferentes grupos con el fin de lograr su inserción en la naturaleza” (Claval, 1995). Bastante tiempo antes, Masao Adachi, desde su experiencia cinematográfica, había llegado a una conclusión parecida, formulada en su teoría del paisaje “fukeiron”, de acuerdo con la cual el paisaje es el reflejo de las condiciones sociales y políticas en las que se produce nuestra existencia, “el paisaje refleja la imagen del poder de la sociedad”, unas reflexiones que el cineasta efectuó con ocasión de la producción de su película “A.K.A. Serial Killer” (realizada en 1969, no se pudo estrenar hasta 1975). El paisaje es, entonces, la huella de nuestra inserción en el medio con el fin de desarrollar nuestra vida y la de la comunidad a la que pertenecemos, al tiempo que reflejo del condicionamiento articulado por la sociedad en la que habitamos.
En la imagen, incipiente urbanización en Villa Regina, colonizada mayoritariamente por inmigrantes italianos, con el indio Comahue al fondo (1964). Entre las naves se puede ver el logo de la compañía petrolífera nacional YPF.
Y eso es, exactamente, lo que se puede ver en los paisajes del Alto Valle del Río Negro en el que se encuentra el Museo Barda del Desierto. Se trata, por utilizar la expresión acuñada por Robert Smithson, de un paisaje entrópico, tal y como lo formuló tras sus paseos por Passaic, New Jersey (unos paseos documentados incluso con fotografías en su trabajo “Un recorrido por los monumentos de Passaic, New Jersey”, de 1967). De esos paisajes se beneficia el museo para cumplir su función y a los que contribuye con el relato de su propia existencia y de las actividades que desarrollan quienes participan en sus programas.
Canal de los Milicos, con vertidos sin depurar.
De entre los hechos que han marcado este territorio hay un uno que sobresale de manera relevante, como es el establecimiento de su sistema de riego a principios del siglo XX. Se trata, como señala María Cecilia Danieli en “Los orígenes ideológicos del sistema de regadío del Alto Valle del Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina” (publicado en Scripta Nova, la Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, de la Universidad de Barcelona, núm. 2018, de 1 de agosto de 2006), de una actuación que tenía que servir para la colonización de este territorio, fundamentalmente con migrantes extranjeros, una basta operación del nuevo estado argentino surgido de la independencia de España. Porque hay que tener en cuenta que este territorio nunca fue efectivamente colonizado por los españoles. Una colonización que se llevó a cabo posteriormente, como parte del proceso de construcción de la nación argentina, mediante la puesta en valor de este territorio, que tenía que atraer a emigrantes y capitales extranjeros, a través de la ejecución de un basto plan de puesta en regadío de lo que se consideraba, dentro del plan de construcción nacional, como el desierto, espacio de bárbaros. En realidad se trata de tierras áridas esteparias pobladas por indígenas (fundamentalmente de etnia mapuche, aunque mezclados con los gününa kune, a los que previamente habían asimilado), y gauchos (un grupo multiétnico de origen criollo ―probablemente incluya incluso inmigrantes moriscos―, semi nómada, que subsistía de la venta de ganado cimarrón, con fama de malhechores, tomaban rebaños que luego vendían a expediciones europeas, fundamentalmente franceses) y rotos (los protagonistas del dicho: “siempre hay un roto para un descosido”, el escalón más bajo de la estructura social).
En la cultura popular que ha recreado el personaje del roto (fundamentalmente en Chile, aunque María Cecilia Danieli lo refiere también a Argentina, en el paisaje de la Patagonia), a este siempre se le ha representado como un hombre. No se conocía la rota. Así que, la primera transgresión de la obra de Juan Dávila: “Rota” (1996), fue representarlo como una mujer. Por lo demás, se trata de una representación que toma elementos del popular personaje de cómic “Juan Verdejo”, que popularizó la revista Topaze desde los años treinta del siglo pasado.
María Cecilia Danieli relata con mucho detalle las relaciones existentes entre los planteamientos de las clases dirigentes, que no se limitan a los capitalistas de Buenos Aires, sino que incluyen también a políticos, militares y eclesiásticos (los cuales contaban con una influencia considerable), y las distintas acciones que se suceden sobre este territorio desde finales del siglo XIX hasta principios del siglo XX, en aras a desplazar la frontera interior existente en la idea de nación Argentina, más allá del río Colorado, incorporando a la nación la Pampa y la Patagonia ―al tiempo que se creaba otra frontera interior imaginaria, la que iba a separar al gaucho y al roto de los indígenas―. Se trata fundamentalmente de las obras de regadío, pero también de contención de las avenidas, ante las crecidas del Río Negro. Especialmente devastadoras fueron las inundaciones de 1900, que casi arruinan todos los planes que se estaban desarrollando sobre este territorio, además de alguna mala decisión adoptada en la proyectación y ejecución de las obras. Unas obras ejecutadas fundamentalmente por migrantes italianos. María Cecilia Daniele fija su atención, incluso, en las fórmulas jurídicas adoptadas para llevar a cabo todo este proceso, y como, cuando se empieza a ver las enormes plusvalías que estaban generando las obras en curso, el Estado opta por la adquisición de algunos de los terrenos (algunos hablan de nacionalización), con el desalojo de sus ocupantes (los agricultores migrantes venidos de Europa), incluso de algún personaje que podríamos encuadrar entre las clases dirigentes, como es el caso del R. P. Alejandro Stefenelli, fundador de la escuela de agricultura, partidario de la convivencia con los indígenas, en lugar de su desalojo, y que podía resultar molesto a los planteamientos que se estaban abriendo paso en la capital, dominados por el pensamiento de Domingo Faustino Sarmiento (político, escritor, docente, periodista, militar y estadista argentino, quien ocuparía la presidencia entre 1868 y 1874), el cual concebía a los indígenas como una no sociedad, salvajes, de manera que solo cabía su sometimiento o el exterminio.
Cuadrilla de trabajadores de los canales de riego formada por inmigrantes italianos de la región de la Toscana, en 1924. Entre otros: Luigi Fedi, Gargino Gargini, Francesco Mungai, Bruneto Bonachi. Algunos de ellos pudieron ser desalojados con la nacionalización de tierras decretada por el Estado argentino.
La autora que citamos califica su trabajo como “historia intelectual”, pero lo cierto es que, teniendo en cuenta que fija su atención en los procesos de transformación del territorio y los objetos que este proceso genera, y no solo los canales de riego, sino que fija su atención también en los diques reguladores, para hacer frente a las avenidas del río, la implantación de las colonias, la configuración de las chacras (el específico modelo de producción, en el que los cultivos no crecen aislados, sino que lo hacen “asociados”, complementándose unos con otros), estamos ante un trabajo que cabe calificar de geografía cultural.
Las chacras son las unidades de explotación agrícolas, normalmente de carácter asociativo, con una huella en el territorio fácilmente identificable.
Mapuches en la actualidad en acciones de reivindicación de una posición en la sociedad argentina de hoy, cuya articulación tiene que producirse necesariamente mediante el reconocimiento de derechos, que es la cultura política y jurídica en la que nos encontramos.
Dentro de la geografía cultural tiene una importancia considerable el apartado dedicado a la geología y peleontología, porque nos ayuda comprender que las cosas no siempre fueron como las vemos ahora, sino que las cosas evolucionan, hay cambios, algunos de ellos de tanta magnitud como lo que supuso la desaparición de los dinosaurios de la faz de la tierra.
Museo Paleontologico Municipal Ernesto Bachmann, en Neuquen, la ciudad más poblada de la Patagonia y capital de una creciente área metropolitana.
No obstante, el elemento que domina el paisaje del Alto Valle es el río Negro, el cual tiene una anchura variable que va desde los 5 kilómetros hasta los 25 kilómetros en Choele Choel. En realidad, se trata de un cauce fruto de desbordamientos periódicos, lleno de islas fluviales (alguna tan grande como Choele Choel, dentro de la cual se encuentra la ciudad de Luis Beltran, de 5.600 habitantes), y abundantes meandros que configuran un territorio con un suelo de aluvión constituido por sedimentos que ha dado lugar a unas tierras enormemente fértiles.
Meandros abandonados o brazos muertos en la cuenca del río Negro.
Niños tomando el baño en el río Negro, antiguamente conocido como el río de los sauces, por la enorme cantidad de sauces llorones que hay en sus orillas.
Arriba en la pantalla de este post se puede ver un documental sobre el sistema de riego del Alto Valle del Río Negro, del año 1926, que ha sido hecho público por nitratoargentino.org, un proyecto del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken, Buenos Aires. Con licencia creative commons (reutilización permitida).
Aprender de la piedra. Presentación del Museo Barda del Desierto (Norpatagonia)