4 cambios de ropa en intervalos de 30 minutos (tiempo de la no acción), tiempo suspendido en el que los performers observan y son observados por un público que se comporta según hábitos inconscientes y cotidianos.
El performer mira y es mirado desde un espacio acotado (galeria) que el espectador asume como escenario y nunca viola con su presencia; incluso cuando, en un momento, uno de los espectadores abre sin querer la puerta, éste es empujado por una de sus compañeras que la cierra inmediatamente.
En el interior, los performers muestran sus atuendos: en los primeros 30 minutos, visten “de paisano” y se ubican frente al ventanal que les separa de la calle. Frente a ellos, los espectadores capturan imágenes con sus móviles a la espera de acontecimientos posteriores. No ocurre nada.
Los cuerpos se exhiben como maniquíes en un escaparate, sólo que, son cuerpos que observan y graban en su memoria los movimientos del público, son mirones observados con atención y descaro por parte de quienes los contemplan como espectáculo.
Todos ―performers y concurrencia― se convierten en mirones, y, de hecho, el espectáculo real está en la calle. Algunos de los espectadores hacen muecas a través del cristal configurando unas acciones “pantomima» que serán la inspiración de los artistas para posteriores “Acciones”.
Transcurridos 30 minutos, y ya en el segundo intervalo, con ropa de fiesta y una apariencia más cuidada, vuelven a colocarse frente a los cristales que limitan un espacio que ya es un escenario inaccesible para el espectador. La puerta de la galería está abierta pero los límites psicológicos pueden más que los físicos y nadie entra en ese espacio sacralizado por los cuerpos expuestos.
Fuera quedan ya pocos espectadores por lo que es más fácil, para los observadores observados, memorizar los flujos de sus movimientos y los lenguajes corporales de los asistentes. Se podría crear una coreografía basada en los movimientos de las manos de los espectadores que charlan entre ellos manifestando sin trabas su peculiar lenguaje no verbal.
Los cuerpos se aproximan, se distancian, realizan giros imprevisibles y hasta danzan de forma instintiva respondiendo a sus interlocutores.
A continuación, en el tercer intervalo, cada uno de los actores se trasviste con ropa de sus antepasados que interpela a su memoria particular, y estos atavíos desvelan distintos significados, eliminan memoria y sentido, mostrándose, en este acto opaco, como simple recubrimiento y pura superficie. Otros 30 minutos de “no acción” en la que observan a los que todavía quedan en el exterior y que charlan animadamente ya totalmente ajenos a lo que ocurre en el interior de la sala.
Finalmente, en los últimos treinta minutos, los performers, esta vez vestidos con fundas de trajes con “logos” conocidos, posan frente a la ventana y posteriormente se sientan en un banco, dispuestos como en el encuentro de Vi, Flo y Ru antes de recordar lo que vino después de los viejos tiempos.
Se cierran los paneles ocultando el escaparate, y los performers ni cruzan sus manos, ni perciben sus anillos. Encerrados cada uno en su ropa logo, muestran indiferencia hacia lo próximo y hacia el exterior.
Salen del escenario y vuelven a ese plató urbano por el que camina el autismo, el miedo, la indolencia y también la velocidad y cierto fastidio.
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