El arte del territorio, en la tradición de la conservación de los bienes de interés cultural

Se puede ver ahora en la Fundación La Posta la exposición «Operar en torno al desplazamiento», con trabajos de Anaïs Florin («L’Horta, ni oblit ni perdó») y Francisco Navarrete Sitja («Tu materia es la confluencia de todas las cosas»), una exposición organizada por LABi en el marco del acuerdo de colaboración suscrito con el Master en Fotografía, Arte y Técnica de la Universidad Politécnica de Valencia.

Se trata de dos trabajos que coinciden en abordar la problemática de territorios en los que la población residente ha sido desplazada o se encuentra en proceso de desplazamiento, a consecuencia de la adopción de medidas de distinta índole (la construcción de una presa o el desarrollo edificatorio y para actividades logísticas), aunque empleando metodologías y formatos diferentes que dan lugar a resultados diversos, pero animados por un mismo pathos.

Es esa preocupación por la población residente en el territorio, que no aparece en las imágenes porque ha sido o está siendo desplazada, su ausencia, es lo que marca estos paisajes, así como la toma de partido a favor de su reivindicación a favor de la conservación de esos territorios tal y como eran antes de las intervenciones que los han desplazado.

La toma de partido a favor de esa reivindicación como parte de la obra artística, quizá precise de una pequeña explicación. Se plantea esa necesidad, sobre todo a partir de que en algunos foros se haya tachado este tipo de implicación artística como de estetización de las luchas sociales incluso orientada a su desactivación. Nada más lejos de la realidad. Históricamente constatamos como la presencia de artistas, incluso en la primera línea de ciertas reivindicaciones sociales, en particular aquellas que tienen que ver con el territorio y su conservación, no sólo no constituyen un aditamento que pueda ser calificado por alguno como superfluo (o incluso contrario), sino que constituyen su motor, sino principal sí un complemento necesario. En este sentido, no estará de más recordar que las primeras disposiciones legales que tuvieron por objeto la protección y conservación de determinados espacios y territorios, tienen su origen precisamente en el ámbito de las Bellas Artes. Es el caso de la Ley del Patrimonio Histórico Español de 1985, que además de los Monumentos, que han centrado tradicionalmente la preocupación de especialistas y público en general, se refiere también a que constituye objeto de su preocupación y protección los Sitios Históricos. Se definen en la Ley los Sitios Históricos como «el lugar o paraje natural vinculado a acontecimientos o recuerdos del pasado, a tradiciones populares, creaciones culturales o de la naturaleza y a obras del hombre, que posean valor histórico, etnológico, paleontológico o antropológico». Se trata de la incorporación de un concepto ajeno a la arquitectura, que es el ámbito de conocimiento que había controlado tradicionalmente la acción sobre el patrimonio cultural, dándose acceso ahora a la participación social más amplia. En relación con ello las leyes de protección de la naturaleza ―con una acusada tendencia a la creación de reservas para la investigación―, no han mejorado la protección de este tipo de territorios cuyos valores son indisociables de su poblamiento. Sí lo han hecho las normas sobre protección del paisaje, a raíz del Convenio Europeo del Paisaje promovido por el Consejo de Europa, hecho en Florencia en 2000, que han supuesto, de manera muy destacada, el reconocimiento del valor de los procesos de participación en la definición de los bienes a proteger y la manera de hacerlo.

El arte del territorio presente en la muestra que se exhibe en la Fundación La Posta (nada que ver con el land art de tradición anglosajona), está fuertemente imbricado en los procesos sociales y políticos que se están desarrollando en esos territorios, en ese sentido, nada que ver con los planteamientos estéticos del Movimiento Moderno y su extrañamiento respecto del entorno, del que el Colegio de Arquitecto en la ciudad de Valencia es un ejemplo paradigmático. De manera que la práctica artística desplegada por Anaïs Florin y Francisco Navarrate Sitja, en relación con la protección y conservación de los territorios a los que se refieren y a los valores que encierran, no solo no constituye un aditamento superfluo o contrario ―en interpretaciones extremas― a los objetivos de las luchas sociales que se están desarrollando, sino que antes al contrario constituyen uno de los nervios vertebradores más sólido con el que cuentan de cara a una futura consolidación de los logros alcanzados, y su formalización en un plan que permita la preservación y protección de estos territorios de la voraz rapiña de los nuevos expoliadores.

Lo dicho se podría extender al arte sociológico, sobre el que suele pesar idénticos prejuicios, pero al arte sociológico ya nos hemos referido en otra entrada de esta web [ver aquí].

Por otro lado, la confluencia en la misma exposición de estos trabajos sobre el territorio de Anaïs Florin y Francisco Navarrete Sitja viene a reforzar una de las ideas que dominan esta edición de LABi (Laboratorio de Pensamiento, Creación y Difusión de la Imagen), de puesta de manifiesto de una persistencia en los lazos en el ámbito fotográfico entre Chile y Valencia #FOTOGRAFIACHILEValencia

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