Con la exposición “Lugares Suspendidos. Revitalizando Identidades Urbanas”, una exposición organizada por LABi (Laboratorio de pensamiento, creación y difusión de la imagen), integrado por un grupo de estudiantes del Master en Fotografía, Arte y Técnica de la UPV, en colaboración con la Fundación La Posta, tenemos la oportunidad de ver una serie de piezas procedentes de la Casa-taller March que está en la calle Mare Vella; junto a trabajos de Pau Figueres y Pepa L. Poquet, en un diálogo que viene a fijar la atención en los impactos y las transformaciones que sufre la ciudad, poco atentos a las formas de vida que la habitan; porque el taller March sufre la amenaza de la piqueta, en aras del progreso de la ciudad (se pretende la apertura de una plaza en ese punto, con el fin de poder contemplar los restos de la muralla islámica de la ciudad).
El taller March ha sido de siempre un lugar de trabajo artístico, dedicado a la seda, escultura o imaginería, orfebrería y esmaltes sobre metal y cerámica. Las piezas en exhibición traídas del taller March, algunas son obras acabadas, pero hay abundancia de útiles y herramientas de trabajo, que nos recuerdan el proceso de elaboración de esas obras, y, lo que es más importante, nos traen a la mente el concepto de taller como se entendió en el pasado, asociado al proceso de aprendizaje. Porque el taller March siempre ha sido un taller-escuela. Se trata de una faceta que no se ha resaltado lo suficiente, en el contexto de unas crónicas que suelen poner el acento en su condición de taller pre-industrial, que aprovechó para su desarrollo, desde tiempo inmemorial, las especiales condiciones que le ofrecía el territorio en el que está enclavado, una parcela en la calle Mare Vella caracterizada por la presencia de dos importantes acequias en sus inmediaciones que le suministraban la fuerza motriz y otros recursos necesarios para las actividades productivas.
La vocación formativa que alberga el taller March siempre ha estado muy vinculada a esa área del barrio del Carmen. El taller March fue sede de la escuela de aprendizaje “La artesana de San José”, y en esa misma parcela, antes, en el siglo XV, estuvieron las Escuelas de la Valldigna. Lo cuenta Rafael Solaz en El Carmen. Crónica social y urbana de un barrio histórico. Se puede ver aquí.
Esa tarea formativa, que se ha venido desarrollando tradicionalmente en ese lugar, no es ajena al propio lugar. En ese sitio se han venido desarrollando actividades productivas con una fuerte implicación social desde tiempo inmemorial, y eso ha dejado un poso en el espacio que es difícil o imposible de reproducir. En ese sentido, se equivocan quienes piensan que el valor del sitio es la actividad que se ha venido desarrollando y que esta se podría trasladar a otro lugar, aunque próximo, para proceder al derribo del inmueble para la apertura de una plaza y la transformación urbana. Sobre la influencia del lugar que recepciona las actividades en el desarrollo de estas mismas, sabemos bastante en Fundación La Posta, que hemos reflexionado sobre experiencias anteriores, como la del Solar Corona o La Calderería, en las que, con la pérdida del lugar, se ha perdido la experiencia acumulada para la comunidad. Es cierto que el taller March, por su disposición física en relación con el espacio público, está poco interrelacionado con la comunidad. Su disposición física de cara al exterior casi pasa desapercibida. Pero estas cuestiones se pueden subsanar. Pero su desaparición sería una pérdida irreparable.
Fundación La Posta se siente en la tradición pedagógica del área a la que nos estamos refiriendo, particularmente aplicada al campo de las artes concebidas como un hacer, como la que representa magníficamente el taller March. En ese sentido, abrazamos la idea del artista obrero, el de los talleres y estudios en los que se enseñaba a los aprendices, en un contexto entonces gremial que ahora tiene que dar lugar necesariamente a nuevas formas de agrupación y comunidad. Curiosamente, no se suele hablar mucho de este asunto ―el que se refiere a la forma como se organiza colectivamente el trabajo del artista―. Por eso nos ha llamado la atención la tesis de Diego Vadillo López El artista plástico contemporáneo como artista-obrero accidental (Universidad Complutense de Madrid, 2016). Aunque él se refiere a un artista-obrero muy concreto, porque se refiere a obras de construcción arquitectónica, lo cierto es que también se refiere a un clásico en relación con esta cuestión, como es el caso de Brancusi, particularmente implicado en los procesos materiales y manuales (y también, y esto es muy llamativo, en los procesos de documentación de su propio trabajo, incluida la captación y el registro de los vínculos que se entablaban en su lugar de trabajo). En relación con ello, nosotros estaríamos, dentro del conceptual que practicamos, por un pensamiento que se hace con las manos (Sonia Martínez). Un buen ejemplo de lo que estamos diciendo vendría constituido por el caso que describe Andrés Duque al narrar su aventura de conocimiento con Oleg Karavaichuk, con ocasión de la realización del film “Oleg y las raras artes” (2016). Dice en la entrevista en la que comenta esta experiencia, realizada con ocasión de la exhibición de la película en el festival Punto de Vista: “lo que más me interesaba era su proceso creativo, es decir, esos pequeños rituales que él tiene para componer música, que muchas veces son tan extraños como dejar pasar sus manos por los mármoles del Hermitage, sentir la vibración de los mármoles, y de ahí sacar música para luego trasladarla al piano” (minuto 6:30; se puede ver aquí). Pensar con las manos.
“Los que trabajan con las manos se han olvidado de que tenían cabeza, los que trabajan con la cabeza, en general, pasan por la pena de creerse disminuidos cuando tienen que trabajar con las manos”
Antonin Artaud