Una pala de nieve fue probablemente la primera herramienta de trabajo convertida en obra de arte, en el estudio neoyorquino de Marcel Duchamp, en 1915. Se trataba de cuestionar el estatus del objeto artístico desde una perspectiva que cumplía con la exigencia moderna de que el arte fuera propio de su tiempo, de su momento histórico. El espíritu provocador y burlesco de Duchamp fue aprovechado por Claes Oldenburg para, desde la tradición pop, representar utensilios cotidianos (palas, martillos, sierras, cucharas…) con un aspecto diagramático, una escala exagerada y un contexto desnaturalizado que buscaba provocar cierto desconcierto en el espectador que le obligara a reflexionar sobre su relación con la cultura y el arte.
Algunas esculturas tempranas de Eduardo Chillida, de Martín Chirino o incluso de Andreu Alfaro a finales de los cincuenta, hacían referencia directa a herramientas y utensilios, especialmente aperos de labranza, en un reconocimiento de carácter poético a la cultura tradicional. Se trataba de poner en valor un material ―el hierro― que hasta los años treinta no había tenido la nobleza suficiente para emplearse en las bellas artes. Pero la dignificación del hierro como material artístico pasaba por un reconocimiento de su valor en la cultura llana, la cultura del campo. El valor etnográfico de los utensilios fabricados en hierro permitía comprender el arraigo de la cultura en la tierra y definir una identidad cultural. Conviene recordar que durante esos años las ciencias sociales y la antropología consolidaban su prestigio académico y gozaban de cierta difusión, incluso en escritos sobre la interpretación del arte.
El trabajo de Ana Lloret parte de un estudio de campo sobre una forma tradicional y específica de la pesca en El Perellonet, un pueblo que forma parte de la vida de la artista. Tiene por lo tanto, un valor histórico y antropológico. Las características particulares de las golas que comunican el lago de La Albufera con el mar han determinado un método de pesca peculiar, con unos aparejos especialmente adaptados para estas artes. La singularidad de las costumbres locales permite formular un discurso de reafirmación, casi de reivindicación identitaria, o de “visibilización”, en palabras de la artista. Sin embargo, en el trabajo del “Monot” el carácter reivindicativo no es explícito, ni es determinante. Como en el caso de los escultores que he mencionado, se trata más bien de una fascinación por el peso de las raíces culturales en la interacción humana con su medio, la naturaleza.
Esta exposición muestra parte del trabajo de un proyecto para una escultura pública en la Gola de El Perellonet: bocetos, maquetas y pruebas con diferentes materiales y medios, incluyendo un vídeo que aporta una mirada documental. Lo que destaca es el carácter tentativo y experimental del trabajo, y cómo una cosa lleva con naturalidad a la siguiente. Esa experimentación ha llevado a Ana Lloret a plantear soluciones que nos recuerdan a la sintaxis de la primera escultura de varilla de hierro, cuando en 1928 Pablo Picasso y Julio González trabajaron juntos en un encargo de monumento funerario para el poeta Guillaume Apollinaire. En su obsesión por realizar una escultura transparente y ligera como las palabras, descubrieron las diferentes perspectivas que ofrecen las líneas de la construcción según se mueve uno alrededor de la obra y van cambiando los ángulos y los puntos de intersección de las varillas, las múltiples miradas que encierra la trasparencia. Como sucede con las palabras, esa transparencia refuerza el sentido de obra viva, un efecto que se multiplica con la superposición de mallas metálicas, como en las composiciones informalistas de Manuel Rivera, que producen un efecto muaré en cuyas aguas podemos soñar algo tan elemental como el serpenteo de una angula.